viernes, 23 de diciembre de 2011

Capítulo 4: Dani.

Cuando llegamos al destino, el hombre vestido de negro me obligó a bajar del coche y me condució a lo que él llamaba mi nueva casa. Yo no sabía la sensación que se debería sentir cuando se vive en una casa, supongo que estaría bien. Echaba de menos a mi madre, ¿dónde estaría en aquel momento? ¿Estaría bien?
Mis pensamientos se desplazaban a la calle, buscando a quien más quería en el mundo, cuando alguien llamó a mi puerta.

Me sorprendí de que alguien quisiera hablar conmigo, pero le dejé pasar. Era un niño pequeño, rubio, con los ojos verdes. Llevaba un uniforme, para mi gusto de una inmadura cría de cinco años, horrible. Portaba en la mano una bolsa blanca, grande y opaca. La dejó en cima de mi cama.

-Hola ¿Cómo te llamas? ¡Yo me llamo Daniel, pero puedes lamarme Dani! Todo el mundo me llama Dani... Tengo seis años.
Me abasallaba con sus preguntas, asique le ignoré.
-¿Estás triste?-Dijo. Esta vez me mejó hablar.
-Si- Le respondí con la mirada pegada en el suelo- mucho. Mi mamá me ha dejado sola con mi hermana pequeña...
-No pasa nada. Te acostumbrarás...
-No creo.-Me retiré las lágrimas que me recorrían los pómulos sin mi permiso.

De repente, alguien de fuera de la estancia reclamó a Dani con un fuerte grito.
Se despidió y se retiró de mi cuarto.

Estaba muy triste, el mundo se derrumbaba ante mis ojos y me sentía incapaz de hacer nada para remediarlo. Para colmo, estaba sola. No sabía como reaccionar: si llorar, si enfadarme, pero finalmente, hice acopio de todo el valor que pude y decidí intentar salir adelante.

Ese día, me dormí pronto, no tenía otra cosa mejor que hacer. No tenía hambre, ni sueño, era como si mi vida pasara ante mis ojos, no pudiera vivirla, como una película.

Al día siguiente, me desperté y me vestí. Al cabo de una hora, llamó a mi puerta el hombre del día anterior, haciendo que bajara las escaleras que llevaban al comedor, o eso me dijo él.

Me senté en la última mesa, que era la única mesa que estaba vacía. Ví a Dani entrar a la sala, se sentó a mi lado, cosa que me extrañó y que no me hacía mucha gracia, porque como decía mi madre:
mejor sola que mal acompañada.

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